POR EL AMOR DE UNA MUJER

jueves, 28 de abril de 2011

SUCEDIÓ EN LOS QUEÑES por Ascensión Reyes.


Siempre que recibo un mail de Ascensión, me es grato, agradable, prístino literalmente hablando...ahora este cuento, con él que se las manda mi amigui...

Un rumor cantarino de agua corriendo, por la acequia de regadío, hace que mi mente siempre vuelva al pasado como grata ensoñación. De pronto, el aleteo de las taguas, retozando en un remanso cercano, me saca de mi abstracción. El graznido de una familia de bandurrias buscando comida en el potrero recién despejado me trae totalmente a la realidad. ¡Increíble! Pero ese recordado sonido de tubo que emiten las aves, siempre me mantuvo ligado a estos campos, transformándose en una isla mental donde me refugiaba en mis apremios de hombre citadino, recordando tantas vivencias. Tal vez, la más importante, la viví en estos lugares.

Mis padres me enviaron a la hacienda de mi padrino Hilario García, en los Queñes, lugar ubicado entre los ríos Claro y Teno, en la séptima región. En esa ocasión, podría participar en un festejo de Fiestas Patrias con un rodeo a la chilena. Iba bien aperado, un traje de guaso en mis maletas y todo el resto del equipo, no faltando la chupalla de paja y el chamanto con los colores del Colo, mi club favorito. En él, los copihues rojos con algunas hojitas verdes destacaban en el fondo blanco y negro del tejido doñihuano. No me compraron espuelas por temor a que me cayera.
Aunque en un comienzo el rodeo golpeó mis ideas ecológicas acerca del maltrato animal, la efervescencia contagiosa de cada topeadura, pronto me hizo olvidar mis prejuicios. En la medialuna, las colleras de guasos, rebenque en mano, atajaban a los robustos novillos apoyados por los silbidos y aplausos de los mirones como yo, festejando cada punto. Y no podía ser de otra forma; mi padrino Hilario era el ganador indiscutido de cada champion. Esta vez hacía pareja con su hijo mayor. Y a propósito de hijos, las viejas del lugar comentaban que él era el padre de cuanto chiquillo había en la hacienda, bien parecido y de ojos azules.
Era dos veces viudo, su última esposa, la tía María del Rosario, había aguantado con santa paciencia todas sus bellacadas, derivando su preocupación hacia sus seis hijos y la repostería. Su gallinero personal la surtía a diario, de hermosos huevos de colores, para hacer sus exquisitas tortas, alfajores y panes dulces. De esta saca familiar nació Ismenia. Una estupenda morena, dos años mayor que yo. Su piel bronceada y sus carnes apretaditas me sugirieron una fina pieza de alfarería. Su sonrisa permitía admirar la dentadura blanca, casi perfecta y qué decir de sus piernas y otras bellezas, que casi hicieron brincar mis aprontes de varón.
La ramada de eucalipto despedía fragancias dieciocheras esperando a los participantes del rodeo, en especial a mi padrino y su comitiva, vencedores de la jornada. De las bandejas tapadas con paños blancos se filtraba un agradable tufillo a empanadas y pan amasado, recién sacados del horno de barro, que la Ifi, la cocinera, manejaba como diosa. Como haciéndose el leso, esperaban en las fuentes de greda el pebre cuchareado y las ensaladas surtidas. Más allá, vasos de varios tamaños a punto para recibir el tinto y del otro. Presidiendo la mesa, unos botellones de chicha cruda y cocida, reverberando con el sol que se filtraba por la enramada. Un poco más lejos, y para no ahumar el comistrajo, un cordero lechón bastante crecido, daba vueltas y más vueltas en el palo, asándose con lentitud. Despedía un olorcillo que abría el apetito apenas sentirlo y después del primer brindis los comensales podían acercarse a solicitar una lonjita a los encargados
Como quinceañero poco avispado en el beber, me fui por el sabor dulcecito de la chicha cruda; a mitad de la tarde, bailaba cuecas con quien fuera, daba lo mismo si joven o vieja. Mientras la bocina de la victrola desgranaba sonidos folklóricos, en espera de la orquesta contratada para esa noche. En eso estaba cuando un extraño retortijón me asustó más de la cuenta y suponiendo lo que me pasaría si seguía bailando, me las emplumé hacia la acequia. Justito alcancé a bajarme los pantalones antes de la estampida. Con los calzoncillos no tuve la misma suerte. Miré la acequia y pensé que el agua corriente sería la solución a mi problema. En eso estaba cuando sentí rumor de pisadas. De pronto me encontré frente a frente con Ismenia, quien ruborizada y aguantando la risa me contemplaba. Al parecer nunca había visto un guaso con manta, sombrero y a poto pelado.¡Me dio tanta vergüenza, no hallaba qué decirle! En nuestro nerviosismo terminamos riéndonos a toda boca. Pasado el momento, me dijo que debía desvestirme y meterme al agua, ella me ayudaría. Todo achunchado me sometí a cuanto ordenaba. En poco tiempo quedé en cueros, para no mojar el resto de la tenida, mientras Izmenia refregaba mis nalgas y menudencias, con el agua a media canilla.
Mas, de pronto sentí que un temblor incontrolable sacudía mi cuerpo y no podía evitarlo. Algo me habló de tercianas, yo estaba a punto de desvanecerme, me sentía en otro mundo, creo que estaba morado de frío. Entonces mi protectora me sacó casi a rastras del agua y me tendió sobre la ropa seca. Luego se arremangó la pollera para sacarse la enagua y con ella empezó a frotarme fuertemente sin omitir ninguna presa. Como parecía que mi físico no respondía a su tratamiento, dijo que iba a acalorar mi cuerpo con el suyo, y de las palabras a los hechos, sacó sus ropas y comenzó a restregar su cuerpo con el mío, muy preocupada que pudiera sobrevenirme un soponcio. Sepa moya ¿qué clase de enfermedad sería esa?
Cada vez que lo recuerdo, la sangre corre más rápido en mis cansadas venas. Lo cierto es que luego de los primeros masajes de Ismenia y su cuerpo joven sobre el mío, sentí algo nuevo potenciando todo mi ser, algo que no tiene palabras para describirse, si lo hiciera hasta podría resultar grosero. Yo nunca había estado con una mujer y al parecer ella tampoco con un hombre, aunque posiblemente teníamos algo de teoría al respecto; en todo caso, el descubrimiento nos hizo olvidar el frío, el lugar y la fiesta en la ramada. Nuestro festejo duró hasta que las estrellas aparecieron y un concierto de sapos nos anunció la noche.
Cuando nos separamos, Ismenia se vistió rapidito y colorada como fruta madura huyó hacia la casa patronal, seguramente a meterse en su cama.
Por mi parte, había recobrado la normalidad. Es más, tenía una sensación de plenitud que nunca antes había experimentado. Ya era un hombre y lo justo era premiar mi primer encuentro sexual con una empanada calientita, acompañada con un buen mosto, al igual que mi padrino Hilario festejaba sus triunfos en la medialuna de los Queñes.
R. ASCENSIÓN REYES-ELGUETA- 18-SEPTIEMBRE -2007.












Publicado por Eduardo Osorio.