POR EL AMOR DE UNA MUJER

viernes, 19 de junio de 2009

""NOCHE DE TEMPORAL""..NO SE HIZO ESPERAR..Y ACA ESTA PARA USTEDES..DE MARCOS CONCHA



Noche de temporal

Era noche de temporal. Afuera en la calle el agua corría hacia el mar como un arroyo en la montaña. Los chaquetones y las gorras marineras colgaban de las perchas a la entrada del bar. A pesar del fuego de la chimenea la humedad se pegaba a los jerseys de lana burda. En el piso de tablas, el aserrín se mezclaba con colillas de cigarrillos aplastadas de ansiedades de aventuras. La lluvia golpeaba en la ventana desdibujando los contornos de los buques capeando el temporal. Hacía ya algunas horas que el vino caliente, abrigaba los espíritus de los parroquianos y las lenguas habían soltado sus amarras, peleándose por hacerse oír entre garabatos y maldiciones. Un gato dormitaba noches de agosto sobre una silla de totora, el dueño detrás de la barra secaba las copas en su delantal que había sido blanco hacía muchas jornadas. Por extraño sortilegio las voces se fueron extinguiendo, dejando paso a una voz ronca, que salía de una boca rodeada de una abundante barba manchada de nicotina...

“Los pasajeros, unos pocos turistas y lugareños que iban a pasar las fiestas de navidad y año nuevo con sus familias, se habían embarcado en la víspera, entre ellos la Juanita era parte del pasaje a Juan Fernández. El finado, el capitán Lorenzo, decidió zarpar con las pri

meras luces. El sol que se elevaba sobre el Aconcagua iluminaba alegre nuestro “Neptuno”, langostero vetusto al que le crujían sus huesos a cada embate del mar de través. El surazo dejó gran parte de la gente aguantando el mareo en sus literas. Al almuerzo llegó al comedor uno que otro pasajero que salió corriendo a la borda. Como a las siete de la tarde comenzó el desastre. Era mi segundo viaje, ese año salí de la escuela de tripulantes y me contraté como marinero de cubierta en el “Neptuno”. Había cumplido los veinte. Nací en el cerro Cordillera y la vista de la bahía, los buques y el horizonte me llevaron a trabajar en el mar.”

–Ya pos Bahamonde, continúa, continúa, no te pongai latero. ¿Que le pasó al Neptuno? -Se oyó desde la esquina. Algunos vasos chocaron el culo sobre las mesas y se hizo un silencio de aroma curioso. Había escampado, los vidrios de las ventanas comenzaron a empañarse.

“Los bandazos llegaban a los cuarenta y cinco grados, cuando se paró la máquina, se apagaron las luces y se encendieron las mortecinas lámparas de emergencia. Desde el cubichete de proa agarrado a los nervios de la borda me arrastré hacia el puente, las estrellas en el cielo parecían estar en una tómbola enloquecida. El timonel había desistido de llevar un rumbo y se abrazaba a la rueda del timón para no ser lanzado contra los mamparos. El capitán Lorenzo, llamaba por el tubo portavoz a la máquina pidiendo novedades. Desde la cámara subían apagados algunos gritos de horror, las puertas se azotaban contra sus marcos amenazando desquiciarse. Desparramados en el piso rodaban de una a otra banda, libros, instrumentos, compases, ceniceros, cartas náuticas y de un cuanto hay.

–¡Se descogotó una válvula de fondo! !La máquina se está inundando, el agua está sobre los bretes y sube rápido, Capitán!– Salió por el tubo portavoz la voz nerviosa del maquinista.

El maquinista era del cerro el Litre, llevaba navegando muchos años y siempre decía que se estaba jubilando. Yo lo conocía de antes, lo habían condecorado en la escuela de tripulantes por cuarenta años de trabajo en la profesión. Ustedes saben que...”

Varios gruñidos de exasperación, hicieron continuar la historia a Bahamonde:

“...–¿Alguna posibilidad de controlar la inundación?– preguntó con voz serena el viejo. –Muy difícil, capitán, el agua sube por las escalas. Nos hundiremos en poco tiempo.

El segundo piloto había llegado al puente. -Barría ayúdese de Bahamonde y arríe el bote, embarque a los niños, las mujeres y los pasajeros- ordenó el capitán. Yo fui el primero en subir al bote para ayudar. Pa que les cuento, lo difícil que fue embarcarlos. Colgado de los pescantes en cada bandazo el mar furioso lo golpeaba. Grande fue mi sorpresa cuando el segundo piloto me gritó: ¡hágase cargo y trate de mantenerse alejado! en el mismo momento en que arrió en banda la maniobra. Una cáscara de nuez en aguas turbulentas se movía menos que el bote. Los pasajeros oriundos de Juan Fernández, armaron los remos y nos alejamos penosamente del “Neptuno” que a los pocos metros en la oscuridad desapareció de nuestra vista. Traté de mantener el bote cerca del barco como me habían ordenado, pero no sabía donde nos encontrábamos. Resbalábamos de cresta a seno y de seno a cresta. Poco a poco le fui encontrando el rumbo que nos mantenía, al menos, sin embarcar agua por la borda. Disminuyeron los sollozos de las mujeres y hacia el amanecer amainó el viento y la ola se hizo larga, tenía la cruz del sur por estribor, navegábamos a tierra. No vimos el “Neptuno” en los trescientos sesenta grados de horizonte, calculé que estábamos a ciento veinte millas de Valparaíso. Los niños comenzaron a llorar de hambre. Acurrucada y aterida de frío, Juanita me parecía aún más bella que cuando se embarcó esa tarde en el puerto. Me miraba confiada. El resto de la tripulación mostraba abiertamente su desaliento, al pensar que estaban en manos de un niño. Nuestra salvación dependía de si la llamada de auxilio del radiotelegrafista había sido captada. Revisé la caja de señales. Estaba completa. Hacia el mediodía, cuando la desesperanza había invadido el bote, en la cima de una cresta creí ver una columna de humo. Efectivamente avanzaba un buque en rumbo encontrado. Disparé la señal de humo. Un destructor de la Armada, El Williams llegó cerca nuestro y pronto arrió una ballenera que nos llevó a bordo. Otro buque continuó la rebusca infructuosa del “Neptuno”. Desembarcamos en la noche de ese día en el molo. Los familiares abrazaban emocionados a los náufragos. Nos hicimos una seña de despedida con la Juanita. Me llevaron a la Gobernación Marítima, para declarar.

Siempre que la Juanita, mi mujer se pone cariñosa me dice: Venga para acá mi salvador”.

–Me tinca que hace tiempo que no salvai a nadie Bahamonde, se escuchó. Rieron, alguien dijo salud y volvieron a hablar al unísono. El gato estiró sus patas, encorvó su lomo, furtivo se fue a la cocina. Los hombres salieron a la calle y cantando bajaron al puerto. El temporal había calmado.


© Marcos Concha Valencia

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