POR EL AMOR DE UNA MUJER

miércoles, 10 de junio de 2009

"EL ZEPPELIN" (Por Ascensión Reyes-Elgueta)




Ascensión se ha "cuadrado" con este Cuento, ¿ y saben?, debuta en las lides computacionales, pues se las arregló para copiar, pegar y mandarlo. Felicitaciones, y avante.....



La calleja angosta y sucia lucía renovada en la penumbra de los faroles espaciados. La noche en la calle Clave cobraba vida con música de foxtrot, tango y milonga. Las notas se desgranaban por las puertas entornadas de los lugares de moda para noctámbulos ávidos de vida disipada. Una que otra pareja tomada de la cintura, transgrediendo las normas y las buenas costumbres, se introducía en zaguanes oscuros con nombres de famosos hoteles. Risas cantarinas y ásperas voces masculinas trascendían en discordantes sonidos de jolgorio. Todo esto llegaba en tropel a los conventillos cercanos, cuyos inquilinos pretendían disipar el bullicio debajo de las frazadas con olor a encierro.

Un hombre con paso rápido se acercaba a la boite Zeppelín, con una caja de violín bajo su brazo. Como lo hacía de martes a sábado, sin faltar ni un día a la cita musical. Arnoldo era primer violín de la orquesta típica que amenizaba las noches del lugar. La paga, aunque pequeña, le ayudaba a costear sus estudios.

Cinco integrantes eran los permanentes: Luchito el bandoneón, Pepe el loco del piano, que sacaba acordes geniales en las teclas amarillentas y una que otra bajo el tono, Tobías a cargo del contrabajo y Perales en la batería. A veces llegaban otros músicos de ocasión para reforzar la orquesta. En vacaciones de los titulares, una anciana profesora de música los reemplazaba, interpretando ritmos del viejo continente.

La Manón y la Ruby eran las estrellas de la noche, con sus bailes al estilo de Carmen Miranda, o los tangos gardelianos, cantados por el “maricón del jopo”. Ambas mujeres, de cuerpos jóvenes y algo macizos, vestían ajustados vestidos de raso con generosos escotes, por donde se divisaban sus prominencias. Por la abertura de la ajustada falda, se insinuaban sus muslos, que engolosinaban las miradas de los clientes. Ellas, además de la presentación en dos o tres tandas, también servían de compañía a los solitarios varones que las requerían, brindando con té disfrazado de aperitivo.

-Buenas noches, señoritas…caballeros- Una inclinación junto con descubrir su engominado pelo ondulado, peinado a la”cachetada”, así como el Zorzal Criollo. Sombrero y chaqueta fueron a parar al paragüero de guardia en una esquina del salón. Se miró en el extenso espejo que circundaba el local para arreglarse la corbata.

-Buenas noches, mi tesoro- Se acercó la Ruby, la más joven de las mujeres y le envió un beso con los dedos. – ¿Cómo le ha ido en los estudios a mi guapo profesor?- Bien, bien, gracias- ¿Y la prueba?, seguro que la nota fue sobresaliente- Más o menos, me queda poco tiempo para repasar, pero me fue bien- Me alegro, cuando termine el año le daré un buen premio- dijo la mujer cerrándole un ojo. El hombre intuyó la indirecta y su rostro tomó algo de color, a pesar del frío reinante.

Ya cerca de la medianoche la clientela habitual había colmado las mesas, era viernes. Los portuarios, y uno que otro marinero extranjero, estaban acodados en el bar, sumidos en sus propios pensamientos, rumiando recuerdos al ritmo de la orquesta que interpretaba tangos de trágica temática.

Un cuartucho pequeño descascarado y forrado con papel de diario, disimulado con una mano de pintura, hacía de camerino para los artistas. Unas perchas en la muralla guardaban abrigos y ropa de calle. Al frente un chiffonier, de gastadas lunas, devolvía la imagen de las dos mujeres sentadas en unas deslucidas banquetas, repasando su recargado maquillaje.

A través del espejo, habló la Manón – Amiga, creo adivinar que estás perdida por el Arnoldo, ¿o me equivoco?- Disimulando su azoro, Ruby se corrigió el borde de su boca de rabioso rojo, contrastando con sus ojos grises. –Me gusta, no lo puedo negar. Pero para estar enamorada falta mucho… En principio es muy joven para mí. Ese debe tener unos veinticinco y yo en los treinta y con un hijo a cuestas. ¡No, prefiero pensar que no!- Se incorporó y revisó su perfil a través de las manchas del espejo, dio unos pasos. -Amiga, gracias de todas maneras, sé que lo hace por amistad, pero yo sé lo que debo hacer. En una de esas me lo como por una noche y nada más.- Tomó la perilla de la puerta y a la distancia le envió un guiño picaresco.

Otra vez a empezar mi noche, a entretener estos viejos infelices o algún marinero hediondo a sudor. ¡Que asco! ¡Y todo por ti, hijo!, ojalá algún día sepas lo caro que me cuesta el haberte conservado. La Conchita me lo dijo, pero preferí tenerte. Ojalá que la mamá Carmen te cuide como se comprometió… harto bien que le pago cuando voy a visitarlos… ya el viaje es caro para mí… Pero bueno, aquí vamos… Al pasar se miró en un espejo, acomodándose los pechos a través del escote y estirándose la falda a media pierna

Un parroquiano de tupidos bigotes oscuros, sentado ante una mesa, la llamó con un gesto. Sus ojos entornados la miraban como tratando de concentrarse en lo que debía decir. El sombrero medio ladeado y el chaleco desabrochado a la altura de su abultada barriga, le daban aspecto de estar casi ebrio. La chaqueta en el respaldo de su silla lo esperaba pacientemente. – ¡Venga, mijita!, venga a tomarse un trago con este pechito que la quiere tanto-, acercándole torpemente un asiento.

-Qué quiere servirse, ¿lo mismo que yo? o una mentita, cacao,…en fin, pida, aproveche. ¡Hoy ando con plata y quiero festejar!... La bruja guatona debe estar resoplando en su cama.- Qué malhablado se ha puesto usted, don Nacho, no diga eso de su señora- Y qué otra cosa puedo decir que valga la pena. Si me dejó solo desde que nació el último cabro… por eso vengo a verla a usted… y aunque la conozca sólo sentadita en el salón, con todo respeto… no pierdo las esperanzas de que me diga que bueno… Si supiera lo que sueño con usted, mijita –.- ¡Don Nacho, por favor!, no diga eso, usted sabe que nosotras somos artistas. Estamos para acompañar a los clientes tomándonos un traguito con ellos, y nada más.- ¡Bueno mijita!- dijo levantando la voz:- ¡Oye cabro, hey tú, el del bar! trae a la dama lo que quiera - y dirigiéndose a la mujer,- así pos mijita re linda, yo antes que nada soy un caballero.- Y el hombre se enzarzó en una larga y descoordinada conversación entre brindis y brindis, acerca de su poco satisfactoria vida matrimonial.

Pasadas las dos de la mañana, hizo aparición un grupo de marinos de un barco danés que había arribado al muelle esa tarde. Eran siete hombres rubios de aspecto rudo y de físico más voluminoso que cualquiera de los habituales del lugar.

Ya estaban con algunas copas dentro de su cuerpo, por ello, su continente aparecía un tanto belicoso. El grupo se acodó en la barra, previo acuerdo entre ellos; a grandes voces, algunos pidieron ginebra, otros whisky escocés, sobrepasando el volumen de la orquesta típica que en ese momento atacaba una milonga.

El acompañante de la Ruby, que nostálgico escuchaba la melodía, hizo un fuerte…sschss… de silencio, acompañando el sonido con un gesto. Uno de los marinos, el que hacía de líder, se dio vuelta y lo miró con sus ojos medio disociados. Algo dijo a los compañeros en su lengua, y siguió la cháchara, ahora más fuerte.

Entonces el gordo de bigotes se enderezó de la silla y con sus ojos a medio cerrar, dirigiéndose a los extranjeros, dijo fuerte:- ¡Eh, con el permiso de las señoras!- ¡Los huevones se van a callar, aquí no están en su casa! ¡Me oyeron!, se callan los maricones de mierda o se van a la chucha.

El macizo rubio no entendió a cabalidad lo dicho por el gordo, pero a pesar de su estado calculó que le había dicho una insolencia. Por ello, separándose de sus compañeros, se acercó a la mesa sacando pecho. El hombre de los bigotes como pudo se paró y dirigiéndose a la mujer- Mijita, váyase pa dentro, porque aquí se va a armar una grande- y un eructo terminó la frase.

Se enfrentaron como dos gladiadores, cuya contienda tenía solamente una razón, escuchar o no la milonga. El rubio, considerando el estado, la edad y la estatura de su contendor, lo miró con detenimiento y una carcajada opacó los últimos compases de la pieza, al indicarlo con el dedo que le hundió en la panza. Se dio vuelta torpemente para regresar a la barra. Sin embargo el gordo no podía dejar pasar la ofensa, sobre todo estando en su propio país. Dio unos pasos y le lanzó al rubio un puñetazo que le dio en medio de la espalda. Motivo suficiente para que éste se le enfrentara y le propinara uno que le dio en medio de la boca. El golpe no fue demasiado fuerte, sin embargo el de los bigotes se fue de espalda, aterrizando bajo la mesa El resto de la concurrencia al observar que un extranjero había osado atacar a un nacional, y más aún lo había dejado tendido en el suelo, fue razón suficiente para lanzarse al ataque contra los agresores.

La batahola fue general, mientras la orquesta tocaba en un crescendo, que trataba de sobrepasar el ruido de los gritos y golpes. Ya no eran solamente de puños, eran de sillas, de botellas desocupadas y de cuanto pudiera encontrarse como arma de ataque, para limpiar la ofensa.

La Ruby y La Manón también tomaron parte en la refriega, escudadas detrás del bar. Desde allí, pasaban a los contendores locales las botellas desocupadas de tragos, envalentonadas por el ardor del combate. Hasta el “maricón del jopo” daba y recibía puñetazos a diestra y siniestra en un arranque de machismo recio. De improviso, el rubio grandote tomó del pelo a la Manón, al descubrirla con una botella en sus manos, justo cuando la tiraba a un moreno de cabeza rasurada. Nada más ver el ataque a su amiga, la Ruby agarró firme una botella de cuello largo y subiéndose de rodillas encima del mostrador, le dio de lleno en medio de la cabeza al gringo. El hombre de desmadejó como un muñeco de aserrín y de entre sus ralos cabellos amarillos, le corrió un hilillo oscuro, que tuvo la virtud de parar la refriega. Una voz desde la puerta gritó. ¡Paren la cueca, vienen los pacos!

Efectivamente, llegaron varios policías con sus lumas enhiestas, dispuestos a imponer orden más por la fuerza que por la razón, considerando que por esos rumbos las grescas eran habituales, sin más motivo que un simple altercado.

Ruby se había quedado paralizada con la botella aún en la mano, observando hipnotizada la cabeza sangrante del hombrón desmayado. De pronto no supo quien se la quitó, se sintió tironeada hacia una puerta de servicio. Solamente el frío de la noche la hizo reaccionar. A su lado, la tomaba de la mano Arnoldo.

-Gracias, Arnoldo. ¡Jesús!, creo que maté al gringo. -¡No!, solamente está desmayado, pero seguro lo llevarán al hospital y tratarán de buscar al que lo agredió. ¡Venga, la llevaré a su casa!- La mujer se dejó guiar y pronto llegaron a un zaguán oscuro, subieron unos cuantos peldaños. La mujer sacó la llave escondida en su escote. Cerca de la puerta busco una caja de cerillas y encendió una, la palmatoria la esperaba sobre el velador.

-Entre, Arnoldo, le serviré algo, afuera hace frío y anda solamente con su chaleco puesto.

El hombre aceptó con un movimiento de cabeza y se sentó ante la pequeña mesa que hacía de comedor, más allá la cama, el velador y un ropero a medio cerrar.

La mujer, ya más dueña de la situación, salió al pasillo golpeó otra puerta; al poco rato llegó con unos panes, carne trozada y una jarra con agua hirviendo. Sirvió dos tazas de té y se acomodó en la otra silla.

Conversaron de todo y de nada, de los monosílabos a los anhelos y sueños que ambos tenían. De pronto, Arnoldo sacó de su chaleco un reloj plateado con lentina, que había sido de su padre.

-¡Diantre!, estuvo tan entretenida la conversa que me quedé sin llegar a casa y mañana tengo que preparar un examen. Voy a tratar de volver al Zeppelín para dormir aunque sea sentado en una silla.

-¡Cómo se le ocurre, amigo!, nadie lo sabrá, pero esta noche compartiré mi cama con usted. No se imagine que le esté proponiendo algo pecaminoso. ¡No!, de ninguna manera. Le pasaré una frazada gruesa y yo dormiré vestida.- Le costó bastante convencerlo, pero al fin accedió. La luz de la vela dejó de iluminar y solamente se sintió la respiración acompasada del hombre, de espaldas a la Ruby, quien apenas colocar su cabeza en la almohada se quedó dormida.

Ya comenzaba a clarear por el pequeño ventanuco que ventilaba la pieza. El hombre cansado de la posición se dio una media vuelta, despertando a la mujer y también la admiración que ella sentía por él. Lo observó por largo rato.

Sabiéndolo dormido, en un impulso acercó sus labios a los del hombre y lo besó suavemente. La caricia la advirtió Arnoldo y abrió sus ojos. Se observaron en la penumbra, como tratando de descubrir sus mutuos pensamientos; de pronto sus bocas se fueron acercando lentamente, mientras los ojos temerosos se cerraban y las manos poco a poco despertaban a la caricia.

No hubo palabras, no hubo explicaciones, sólo fueron dos cuerpos reconociéndose lentamente, gozando la pasión que por momentos los consumió.

Cuando la mujer despertó, ya el sol estaba en mitad de su recorrido, miró el despertador y recordó. Pasó su mano por la almohada que aún conservaba la huella del ocupante. Se desperezó como un felino contento.

Ya es hora de cazar un hombre, lo necesito… Aunque sea como amante… Deseo tener un compañero a mi lado… A lo mejor, así puedo perder de vista para siempre este ambiente que me atosiga… Ya no quiero entretener borrachos… Con suerte podría formar un hogar.

Llegó a media tarde al Zeppelín. Don Romilio, el de la barra, sacaba vidrios rotos desde detrás del mueble y organizaba la cubierta de botellas de licor y vasos de diferentes tamaños. Mientras trabajaba, le comentó que la Manón y varios de los participantes de la gresca de la noche anterior habían ido a parar a la comisaría. Que el gringo grandote había terminado la noche en una camilla de la Asistencia Pública, con un zurcido en su cabeza.

La Ruby preguntó por Arnoldo. – El profesor llegó como a las diez de la mañana a buscar su chaqueta y el violín, al parecer se quedó a dormir por estos lados. Algo me dijo que debía dar un examen, no sé si hoy o mañana. Además me contó que el próximo sábado se casa por la iglesia. ¡Cómo si no bastara con el ejemplo de los que estamos casados, ¡Cretino!...Dijo reconcentrándose en la limpieza.

La Ruby sintió un escalofrío que fue percibido por el hombre – ¿Tienes frío?, a lo mejor te resfrías o a lo peor te mejoras- y le cerró un ojo a manera de complicidad por su ocurrente acertijo.

De pronto, el sol se ocultó, la vida continuaba igual, nada había cambiado en el Zeppelín ni en el barrio bohemio de la calle Clave.

R. ASCENSIÓN REYES-ELGUETA. 12-AGOSTO-07.

1 comentario:

jorge piñones - segovia dijo...

Lo único que puedo decir referente a la única y exclusiva Ascensión Reyes Elgueta, es que le encuentro genial con su relato de El Zepelin; así como también he tenido la suerte de leer algunos de sus poemas.
Le felicito Ascensión y siga deleitandonos con sus trabajos literarios.Jorge Piñones S